No se trata de
una nueva campaña del gobierno de Ollanta Humala, ni un nuevo partido político,
se trata más bien de una palabra que esta de “moda” hace mucho tiempo, pero ¿la
ponemos en práctica? ¿Inculcamos el real sentido de la inclusión en nuestros
hijos?
El derecho a la igualdad es aquel derecho que tienen todos los seres humanos a
ser reconocidos como iguales ante la ley y de disfrutar de todos los demás
derechos otorgados de manera incondicional, es decir, sin discriminación por
motivos de nacionalidad, raza, creencias o cualquier otro motivo.
Éste derecho hizo posible la Revolución
Francesa, junto con
la fraternidad y la libertad, inspirada en los constitucionalistas y humanistas
ilustrados. Sin embargo, como lo exponen los autores Kenjy Yoshino en su
artículo «The Pressure to Cover» y Ariel E. Dulitzky en su ponencia, «A region
in Deniel: Racial Discrimination and Racism in Latin America», las minorías
siguen siendo víctimas de rechazos. Por otro lado, Dulitzky muestra como el
racismo ha sido ignorado en América Latina que ha existido una constante
negación ya sea, literal (no existe racismo), interpretativo (No es racismo
sino otros factores) o justificado (justificando que no existe o que las
víctimas no son víctimas del racismo).
Como bien lo señala la Conferencista
chilena Pilar Sordo en una de sus ponencias, analizar este tema es muy complejo
y tiene muchas variables, y no quiero disminuir en este pequeño texto la
responsabilidad que tiene el estado y los empresarios en trabajar en esto todos
los días para hacer de nuestros países lugares dignos para vivir.
Sólo quiero aportar en un
punto muy pequeño y que a mi parecer muestra que la desigualdad no es sólo un
tema económico sino también de trato al otro, de ver a ese “otro” como un
“otro” igual a mí y que le gustaría recibir lo mismo que me gusta a mi recibir
todos los días.
Muchos de los que están leyendo
esta columna tienen una “empleada” o una persona que les ayuda a hacer las
tareas de la casa. A esa persona le entregamos todos nuestros bienes y aspectos
más privados de nuestra cotidianidad y además quedan muchas veces a cargo de
nuestros hijos, lo que sin duda es lo más importante que tenemos.
Esas personas comparten y ven
nuestra intimidad, lavando nuestras ropas, siendo testigo de nuestras peleas y
tristezas y también observan casi mudas nuestros éxitos y alegrías. Esas
personas conocen nuestras fragilidades y lados más oscuros, juntos con
presenciar de lejos nuestras luces y aspectos amorosos.
Difícilmente hay gente que
este silenciosamente tan involucrada en nuestras vidas como aquellas mujeres,
las que además dejan a sus propias familias para cuidar las nuestras.
La pregunta frente a ellas; es
si ustedes saben ¿dónde vive, como vive esa mujer?¿Cómo es posible que no
sepamos donde vive la mujer o la persona que cuida a nuestros hijos, y a la que
le dejamos en confianza todo lo que somos y lo que tenemos? Es la mínima
reciprocidad que esa mujer se merece.
Si supiéramos de la realidad
de vida de los que están a nuestro lado y nos importara descubrirla, tal vez en
pequeños estándares esa desigualdad disminuiría de a poco y desde el amor por
los demás.
Háganse esa pregunta, vean
cual es la respuesta y actuemos en consecuencia. Ahora que iniciamos un nuevo
año podríamos partir haciendo cosas que hagan sentir al otro importante,
reconocido, querido y con las condiciones para que los que tenemos más podamos
dar a aquellos que nos colaboran en relación a lo que su dignidad de ser
humanos exige en el entendimiento más profundo de mover este circuito desde el
amor y el derecho natural que todos tienen de ser tratados y reconocidos como a
mí me gusta que lo hagan conmigo.
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