El pasado 24 se cumplió un
año más que la vida me permite disfrutarte, Felipe,o “Papa Felipe” como
ahora te llama Sergioescribo estas líneas porque soy un convencido que el amor entre padre e hijo existe.
Veo a mí alrededor cientos de casos con padres ausentes o que no
aceptan a sus hijos como son. Creo que lo que debe primar en el mundo es una
verdadera relación de amor y respeto. Tratarte de “tu” y no de “usted” no me
quitó nada, al contrario, no te vi como una figura emblemática, ni como un ser
superior, pero como un aliado, un ser lleno de bondad.
Decirte “tu” es lo más tierno
y maravilloso del mundo. Sentirme diferente de algunos niños (increíble que en
pleno siglo XX en el que nací algunos padres aun pedían que se dirijan a ellos
de “usted”) me dio un gran sentimiento de fuerza.
Nunca me educaste con miedo, nunca me pegaste. Me hablaste, me explicaste y te preocupaste de enseñarme tus pensamientos dejándome libre de ser el que yo tenía que ser y no el que tu querías que yo sea.
¿Te acuerdas? Cuando te
sentabas al lado mío en el comedor de casa, resolviendo esos crucigramas
gigantes de “EL Comercio” y yo ayudaba buscando algunas rarezas en esa casi ya obsoleta
colección de “Diccionario enciclopédico SOPENA” que aun conservas.
Has formado mi mente para
prepararme como un guerrero a recibir los golpes de la vida, a recibir
discursos estúpidos, a recibir la imbecilidad humana. Pero me enseñaste también
a reconocer la belleza dentro de la fealdad.
Me acuerdo que un día me dijiste
“piensa, razona no seas un robot”. Todo padre debería enseñar a su hijo a
pensar (eso intento con Sergio). Un niño no es tonto, es como una esponja, lo
que le enseñas le queda para toda la vida y lo necesita. Gracias a eso, me
marcaste para siempre.
Cuando era niño me hablabas
suavemente, como adulto y no me infantilizabas con voz de dibujo animado. Los
padres suelen hablar a sus hijos como si fuesen muñecos, pero tú, me hablaste
como un ser humano.
Luego, me ensañaste a
comunicar con los otros y en lugar de afirmar algo en una conversación, me
enseñaste a decir antes de empezar una frase: “según lo que yo pienso (y me
puedo equivocar)”.
Nunca me hiciste parte de tus angustias económicas, para que el dinero no sea un peso para mí. He vivido en un paraíso. Un niño tiene que ver la vida como un paraíso. Lo contrario lo convierte en un ser angustiado con miedo a enfrentar su existencia.
En lugar de reprimir mi creatividad, dejabas que borre tus casetes con tu música preferida para jugar al entrevistador, nunca me lo prohibiste. Cuando hacía un error, hablábamos sobre él y lo arreglábamos. Confiabas en mí, en mis propios límites que me imponía a mí mismo.
Veo el amor que tienes en tus ojos, veo el amor en ti cuando me miras, (y ahora los haces con Sergio) Tu creaste ese ser que intenta ser escribidor (para escritor falta otro tanto). Feliz cumple (atrasado) viejo.
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